#OPINIÓN: SOMNIFEROS PARA EL ALMA.

SOMNIFEROS PARA EL ALMA
Por: Jorge Cárdenas Reyes 

Alguna vez dije que si la muerte, impredecible y dramática como es, me mandara un memorándum —el cual jamás espero—, con la disculpa de todos me haría el distraído, no firmaría de recibido. Hoy, al escribir esta columna trágico-cómica, cambio de manera drástica mi opinión y con gusto y regocijo recibiré la mentada notificación y firmaré de recibido cuando llegue mi momento.

Son las letras pasadas emociones expresadas, pues las emociones inexpresadas nunca mueren, son enterradas vivas y vuelven más tarde convertidas en cargas que dificultan tu andar por la vida. Hoy, a estas alturas de mi vida, no tengo más emociones que ocultar. 

Mi madre sigue siendo un recuerdo eterno:

“Ella era dueña de un corazón de fuego, dominaba los océanos de las emociones y sabía contener los vendabales del hambre que, a modo de una feroz leona, no permitía que sus siete cachorros fueran atacados por la misma. Eso era mi madre. Mis recuerdos más prominentes dictan que ella jamás dormía; no importaba la hora en que yo regresara del sueño profundo, ella siempre estaba ahí, lista para mí, velando mis sueños con esa mirada tierna que solo el café con leche que me preparaba se puede comparar.

Mi madre estaba hecha de maíz, de ese maíz puro que solo se da en los campos de los valles de los volcanes, de ese maíz que sufre y vive para dar más vida con una semilla que luce eterna y que hace que el Valle del Anáhuac luzca siempre vivo. Mi madre estaba hecha de orgullo puro, de barro de sol moreno, de pundonor infinito. Tenía la mirada buena de aquellas mujeres que sobreviven con dignidad a demasiados infiernos. Esa era mi madre.” 

Hoy, a casi nueve años de su partida, me pegó el jodido recuerdo de la mujer que representó todo para mí y que no supe valorar hasta después de lo que no debería existir jamás: vivir sin ella. Hasta el cielo, Teresita hermosa… mi chinita.

A tres meses de que el año se vaya al carajo recordé que todos tenemos compromisos que siempre postergamos. Iniciamos el año con el optimismo en la mente como si fuésemos miembros activos del club de los optimistas, pero sin dejar de lado la apatía que camina con nosotros paso a paso. Unos kilos de más y el pretexto de siempre: la otra semana empiezo la dieta y hago ejercicio. Con este ya van 45 años que lo postergo.

En Facebook colgamos algunos posteos e historias de promesas tontas que se romperán como esferas de Navidad, pero que nos dejarán algunos likes de seguidores hipócritas que se burlarán de nuestras promesas vanas. Mientras, atrás dejamos capítulos de vida reflejada en años, meses, días, horas, segundos. Así dejamos capítulos de vida que se ven como un carajo, como película de Cuarón con escenas grabadas en Tlalmanalco. 

 Ahora un recuento de infames y de infamias:

El político progresista, las mujeres huecas, los hombres vacíos, los ambiciosos, los corruptos, las histéricas, los patanes, los monstruos bajo la cama o muy adentro de tu mente. Y así podríamos seguir: el dueño del banco olmeca que no paga impuestos pero viaja en helicóptero y tiene yate y casas en Miami; el político que con la herencia de sus padres se volvió multimillonario mientras vendía su estado al narco cuando fue gobernador; la maldita corrupción que hace negocios y lucra con nuestras necesidades y con ella hacen del poder un prominente negocio.

Malditos los que violentan y no cuidan de la mujer de la cual venimos y vivimos. Malditos los sicarios que han hecho de nuestra hermosa zona de volcanes su lugar favorito para venir a tirar los cadáveres cual bolsa de basura sin que su alma podrida les reclame con insomnio. Malditos los curas que detrás de sus sotanas violentan la inocencia de los niños y sus bajezas sirven de inspiración para las series de Netflix. Malditos los criminales que nos acechan a la vuelta de las esquinas, las salidas de los bancos para arrebatar lo poco que hemos percibido después de retirar lo que el gobierno nos deja por una quincena o semana eterna de estrés laboral.

Maldito el animal que al igual que yo no puede con sus demonios personales y cree que ocultándose de la luz del sol encontrará paz mental. Maldito mil veces maldito el lujurioso del transporte público que acecha y espanta a las mujeres que cree indefensas. Malditas las mujeres que nos enamoran y después nos condenan al olvido. Infame el padre que no alimenta a sus hijos pero sí alimenta sus vicios con vacíos y les fastidia la vida con una presencia superflua, incómoda, de esas que nunca se ocupan pero que siempre existen.

Infame tú, infame yo, que cada año hacemos una lista de promesas que bien sabemos no vamos a cumplir. La única promesa cumplida será la resaca que curarás al embriagar tu espíritu con el alcohol del olvido. Qué infame resulta este mi país lleno de nubarrones en el cielo y de inundaciones en el suelo, pipas que explotan y desintegran familias, pandemias que se roban a los buenos y a los que merecemos partir nos deja sufriendo en este mar de soledad. 

Ser testigos, sexenio tras sexenio, año tras año, de trabajos deplorables, niños que se arman a temprana edad y a temprana edad se van de este mundo, profesionistas desempleados, diabéticos con esperanza de no ser amputados o quedar ciegos, maestros en paros, madres abandonadas y ejércitos de adultos que nunca supimos elegir el rumbo de esta patria accidentada.

Sin embargo, pese a toda esta maraña de dolor, rabia e infamias, sigo aquí, respirando, escribiendo, vomitando letras para no tragarme más silencios. Porque he comprendido —tarde, pero a tiempo— que mientras la muerte no mande su memorándum definitivo, uno está obligado a levantar la cabeza, a seguir nombrando las cosas, a gritar las injusticias y a abrazar los recuerdos.

Hoy, a mis años, entiendo que mi madre vive en mi memoria y en cada línea que escribo; que mi país no cambia solo, que primero debo cambiar yo; que mis demonios no se esconden del sol, se enfrentan a la luz.

Así que cuando llegue ese día, cuando la muerte finalmente toque a mi puerta, ya no me haré el distraído. Tomaré el memorándum con las manos firmes, lo miraré de frente y firmaré de recibido. Pero mientras tanto, escribo, resisto y resucito un poco en cada palabra.

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